El aumento de aficionados que siguen entrenamientos de alta intensidad requiere más estudio cardiológico.
Años de estudios científicos, y el sentido común, nos dicen que la práctica de algún deporte y el ejercicio regular son beneficiosos para la salud. Si el sedentarismo se está· consolidando en la sociedad occidental como un gran promotor de la enfermedad cardiovascular, en los ˙últimos años también ha proliferado el fenómeno opuesto: el deportista no profesional pero que incorpora la práctica deportiva a su vida con grandes exigencias competitivas que requieren un alto nivel de rendimiento. Sobre todo practican deportes de resistencia (maratón, ciclismo, carreras de aventura, triatlón).
Los efectos de esa actividad continuada y de alta intensidad sobre el corazón se conocen desde hace tiempo a partir del estudio de los deportistas de Élite, pero la cardiología ahora también indaga en los deportistas recreacionales, un grupo poblacional en aumento. El objetivo, desde el punto de vista médico, es determinar si el deporte de alta intensidad deja de aportar beneficio llegado a un punto, como ocurre con un tratamiento dependiente de dosis, e incluso si, en ciertas personas susceptibles, puede conllevar riesgos.
Araceli Boraita, jefe del Servicio de Cardiología de la Agencia Española de Protección de la Salud en el Deporte, y experta en el estudio del deportista de Élite, es tajante: “El deporte tiene claros efectos positivos en la salud practicado a una intensidad submáxima o por debajo de la zona de transición metabólica aeróbica a la anaeróbica. Al sobrepasar ese nivel, pierde beneficios, y si se mantiene así durante mucho tiempo, incluso pueden aparecer efectos deletéreos”.
Rendir más
La práctica de deporte a alto nivel implica una serie de adaptaciones en el corazón, lo que se conoce como el “corazón del deportista”. María Sanz de la Garza, cardióloga del Hospital Clínico de Barcelona, recuerda que gracias a esas adaptaciones estructurales y funcionales, como el aumento del tamaño de las cavidades cardíacas, el deportista puede aumentar el gasto cardíaco de forma significativa y rendir más.
De la Garza, junto a otros compañeros del hospital barcelonés, y otros grupos científicos, han mostrado en estudios científicos recientes que el deporte de resistencia y alta intensidad podría favorecer las arritmias, concretamente, la fibrilación auricular. “Los cardiólogos tendríamos que velar por la zona de seguridad asociada al deporte e identificar el límite para cada individuo. Puesto que estas personas no practican el deporte de forma profesional, podrían cambiar su régimen de entrenamiento para llevar una vida sana”.
De hecho, con igual carga de entrenamiento, hay individuos que se adaptan mejor que otros. “Pensamos que eso puede deberse a factores genéticos o a mecanismos adaptativos desarrollados en la infancia”. Las diferencias también se empiezan a ver por sexos. En el congreso de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), celebrado la semana pasada en Zaragoza, De la Garza ha presentado los resultados de uno de los pocos estudios que comparan el remodelado del corazón en hombres y mujeres deportistas, estas ˙últimas, un colectivo en aumento.
Compararon mediante ecocardiograma el remodelado crónico derivado del ejercicio en 20 hombres y 20 mujeres que llevaban más de diez años haciendo deporte durante más de diez horas a la semana y que ya habían participado en diez competiciones de alta resistencia en los ˙últimos tres años.
Los resultados mostraron que, si bien tanto hombres como mujeres experimentan un aumento de todas las cavidades cardiacas, las derechas, con independencia de la cantidad de ejercicio practicado, son más pequeñas en las mujeres que en los varones, y la contractibilidad era mayor siempre en las mujeres. “Durante el esfuerzo, el ventrículo izquierdo aumenta su capacidad de contracción de manera proporcional a la demanda del gasto cardiaco. Sin embargo, en el ventrículo derecho no hay esta correlación, ya que esa cavidad está· limitada a ciertas cargas de ejercicio, y no puede aumentar más su contractilidad, un hecho que se ve más pronunciado en varones, medido con técnicas sensibles (speckle tracking). “Esto podría explicar por qué los hombres, como mecanismo adaptativo al deporte de resistencia, podrían necesitar un aumento mayor del tamaño del ventrículo derecho al encontrarse limitada su capacidad de incrementar la contractilidad de dicho ventrículo”, aclara Sanz.
Una hipótesis que se desprende del estudio, y que requeriría de investigaciones más amplias, es si en las diferencias observadas entre sexos podrían intervenir los estrógenos, con su acción vasodilatadora sobre los vasos pulmonares, que se traduciría potencialmente en un incremento menor de la presión pulmonar durante el esfuerzo.
Resistencia vs. fuerza
El tipo de deporte también se refleja en el remodelado cardíaco. Otro de los trabajos presentados en la reunión de la SEC compara las adaptaciones de deportistas de fuerza con los de resistencia. Uno de los investigadores, Alejandro de la Rosa, del Hospital Universitario de Canarias y especialista en cardiología deportiva en la Policlínica Cruz Blanca (San Cristóbal de La Laguna), expone que estudiaron a 25 deportistas de resistencia (en su mayoría de triatlón), a 27 que practicaban lucha canaria (un deporte estático) y otros 16 controles, que mantenían una vida activa sana. “Con técnicas como el ecocardiograma con deformación miocárdica y la resonancia magnética cardíaca, analizamos las diferentes adaptaciones cardíacas. En conclusión, los cambios estructurales observados en los deportistas de lucha canaria son similares a otros deportistas de lucha o judo, y con unos valores superiores a la población sedentaria. No obstante, los deportistas de resistencia presentaron una mayor adaptación al ejercicio, demostrado por su mayor masa miocárdica, mejores parámetros de función diastólica y mejor deformación miocárdica”. Estos datos abundarían en los mejores parámetros cardíacos alcanzados con el ejercicio de resistencia; no en vano, la recomendación de la SEC es practicar ejercicios aeróbicos.
Más difícil es encontrar estudios que arrojen una cifra límite para el entrenamiento deportivo. De la Garza apunta que algunos estudios sugieren las diez horas de entrenamiento de alta intensidad semanales, “pero todo es muy subjetivo. Los límites son individuales”.
Boraita apostilla que cuantificar la intensidad es muy complejo en los deportistas amateur, y eso explica en parte la variabilidad de los estudios publicados. Y recalca que en ese encaje de bolillos para arañar horas de entrenamiento no hay que olvidar los periodos de recuperación, “esenciales para la buena adaptación al deporte”.