Las generaciones llamadas “Milenial” y “Z” o “Posmilenial” coinciden con la franja de edad de mayor prevalencia de depresión – de 18 a 45 años- y profundos cambios sociales y educativos a los que se suman el abuso de sustancias y/o redes sociales que condicionan la vulnerabilidad de los más jóvenes a episodios depresivos.
Las depresiones antes de los 21 años suponen un riesgo particular: el primer episodio es más duradero, la recurrencia y comorbilidad es mayor y las hospitalizaciones son más largas. Hasta el 20 por ciento de los jóvenes de 18 años ya han tenido síntomas depresivos clínicamente relevantes. Durante el XVII Seminario Lundbeck celebrado en Ibiza, los expertos han coincidido en la necesidad de detectar depresiones “invisibles” en adolescentes y jóvenes adultos que debutan con irritabilidad y ansiedad y pueden identificarse con la aparición de un trastorno bipolar.
A estas edades presentan más trastornos de conducta respecto de los síntomas somáticos de los adultos mayores.Según Marina Díaz Marsá, jefa de sección de Psiquiatría del Hospital Clínico San Carlos, la depresión en el joven se asocia a abuso de alcohol y sustancias, conductas negativistas, agresividad y hurtos, intentos de fuga y promiscuidad sexual. Hasta un 35 por ciento de los adolescentes con depresión consumen sustancias, con el consiguiente riesgo de trastorno bipolar y un elevado índice de suicidio. Y hasta más del 80 por ciento de pacientes adolescentes que consumen drogas tienen comorbilidad psiquiátrica.
Los jóvenes también se enfrentan a un fenómeno nuevo, el abuso de las redes sociales, que en menores de 18 años se asocia a depresión, baja autoestima, rechazo de la imagen corporal, falta de afrontamiento de dificultades cotidianas, estrés (fracaso escolar, frustraciones afectivas, competitividad) y vacío existencial.
“Las redes sociales están intrínsecamente vinculadas a la salud mental”, sentencia Díaz Marsá, arguyendo que se han convertido en “el espacio en que construimos nuestras relaciones, nos expresamos y aprendemos del mundo que nos rodea”. Los resultados de algunos estudios apuntan a que usar 7 de las 11 redes sociales más populares multiplica por tres el riesgo de sufrir depresión y ansiedad comparando con personas que sólo usan dos o ninguna; que los usuarios de Facebook tienen más síntomas depresivos que los que no lo usan y que aumentan los tuits negativos y depresivos.
“Para muchos ‘ser popular’ se ha convertido en su máxima aspiración durante esa etapa vital, y da lugar a que con tal de sumar amigos, seguidores o likes, se incurra en conductas de riesgo para sí mismos: el exhibicionismo en las chicas y las agresiones hacia otros en varones”, dice Díaz Marsá, aludiendo a las imágenes de Snapchat e Instagram como las más inspiradoras de “sentimientos de ansiedad y de ser inadecuado porque creen que sus amigos tienen vidas mejores que las suyas”. Por otra parte el cyberbulling (acoso cibernético) es un problema creciente que afecta a 7 de cada 10 jóvenes, y que en algunos casos han llegado al suicidio.
La experta aconseja tratar la patología depresiva y, en relación con las redes, limitar su uso pactando horarios; fomentar la relación del joven con otras personas y las aficiones culturales, estimular el deporte, orientar al voluntariado, y mejorar el diálogo familiar. El hecho de que un joven pase las noches enganchado a las redes, podría asociarse a un síntoma depresivo: el insomnio.
Para Víctor Pérez Solá, director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar (Barcelona), la remisión temprana de una depresión es el mejor factor pronóstico a largo plazo y por ello los jóvenes deben tratarse con precocidad, a la vez que se les hace un cribado en busca de otros trastornos mentales “para recuperar cuanto antes la funcionalidad, pues el 70 por ciento de los pacientes se estancan en la sintomatología cognitiva”.
Este experto sugiere “deconstruir” el SNS para poder atender mejor a los jóvenes, montando centros de atención fuera de los ambulatorios, puesto que suelen rechazar las consultas del psiquiatra. Sugiere que practiquen mindfulness en centros juveniles, en vez de frecuentar el hospital de día psiquiátrico, y que reciban educación emocional antes o durante el tratamiento farmacológico. “La depresión no entiende de edad legal y se está adelantando a niños de 12 años, probablemente por las exigencias que tenemos con los jóvenes”, considera el especialista.
Manejo desde primaria
Los médicos de familia pueden tratar de forma integral la depresión en el adulto joven proporcionando las necesarias intervenciones psicoterapéuticas, psicosociales y farmacológicas. La derivación hacia otros dispositivos asistenciales se hará por criterios de gravedad, según los riesgos de suicidio o heteroagresividad, síntomas psicóticos, sospecha de trastorno bipolar, depresión moderada de alta recurrencia , dos intentos fallidos de tratamiento, cuadros que plantean dudas terapéuticas y/o abuso de sustancias.
“Atendemos a los jóvenes desde la perspectiva de la cronicidad y considerando los cuatro niveles preventivos de intervención desde un punto de vista interdisciplinar, que es el mejor enfoque para diseñar un plan terapéutico”, señala Silvia López Chamón, médico de familia y secretaria del Grupo de Salud Mental de Semergen. Además del estudio del perfil sintomático y los elementos de diagnóstico, considera ineludible el cribado de la enfermedad en población de riesgo, bien por adolescencia, inadaptación, mobbing, violencia sexual, maltrato, ser cuidadores o comorbilidad.
“Es necesario implicarnos a través de modelos de abordaje compartido, educar a pacientes y familias y optimizar el uso de nuevas tecnologías”, concluye la facultativa. El principal problema con que se topan en los centros de salud: la brevedad de las consultas.
Fuente: www.diariomedico.com